El día que dejó de cocinar nos dimos cuenta. Sentada en su butaca me miraba con aquellos ojos picarones y una sonrisita maliciosa entre dientes. Recuerdo que le di un beso, sonoro, en la cara, bien apretado, como a ella le gustaba. Antes de llegar al salón, el abuelo me había abierto la puerta ataviado con un delantal y un cucharón en la mano.” ¿Y eso? “ pregunté. “Nada hija, tu abuela que dice que no cocina más”. Increíble, ¿mi abuela se rebelaba en huelga de cocineras? ¿La misma mujer que no dejaba entrar a nadie en sus fogones y que, cuando le preguntabas por una receta nunca te la daba completa? ¿la misma que sólo era feliz cuando dejabas que te llenase el plato una y otra vez? Estará mala, “¿estás bien?” le pregunté después de darle el beso, y meciéndose y riéndose me dijo muy tranquilamente “¿yooo? estupendamente. Aquí el que tenga hambre que se haga de comer, yo ya he cocinado bastante”.
Y detrás una sonora carcajada.
Esa frase lapidaria fue el signo inequívoco de que algo estaba fallando. Puede parecer una estupidez y no conozco el Alzheimer desde un punto de vista teórico como para saber si lo que digo está fundamentado o no, pero tengo la sensación de que de algún modo, algo en ella se liberó : empezaron a surgir en su enfermedad síntomas de una hartura contenida, de una vida un tanto frustrada por lo que le había tocado vivir, verdades como puños que no se había atrevido hablar. Aquello sólo fue el principio de una larga cadena de acontecimientos vertiginosos que nos fueron separando de ella. Era su cuerpo, su preciosa carita, su voz… pero allí no estaba Teresa. Y aprendimos a convivir con la nueva Teresa que nos dejaba rastros tímidos de la que amamos una vez. Pero también la quisimos. Hasta el día que marchó, en una agonía injusta para una vida dedicada a todos, la quisimos, nos reímos, le procuramos buenos momentos, bailamos con ella, cantamos con ella, y el abuelo, hombre duro donde los halla, estuvo a su lado con todo el cariño que jamás yo había visto en él.
Quizás lo más duro de todo esto fue ver cuando era consciente de su pérdida, cuando hacía un esfuerzo por reconocernos y no podía, cuando se sentía asustada, perdida, sola … revolvía en su mente buscando explicación a cosas sin sentido. Su marido (mi abuelo)había pasado a formar parte de la familia siendo “el abuelo” pero el otro, al que buscaba por las noches, andaba de bares con las fulanas del barrio. Mi abuelo , con una paciencia infinita que jamás tuvo, la tranquilizaba, la acariciaba e incluso había veces que se vestían y salían a buscar al bar de enfrente a “el hombre” que se iba y la dejaba sola con el viejo y su hermano (muerto hacía años). Fue terrible ver cómo sufría por estas cosas y ver cómo mi abuelo con sus 86 años, fabricaba un cariño y una ternura inusuales.
Pero, a pesar de su enfermedad, siempre tenía una sonrisa, un gesto amable, una caricia para regalarte… nunca se quejó ni se lamentó de su suerte; aceptaba cada momento con gallardía y arrojo, incluso cuando era consciente y te reconocía, te llenaba de un “hola presiosa”, con esa gracia andaluza que le caracterizaba.
Cuando me siento perdida, vuelvo los ojos hacia atrás. Pero no para pensar o recordar aquello de “cualquier tiempo pasado fue mejor” . En absoluto; en la inocencia que presumo mantener, aún quedan esas palabras mágicas “lo mejor está por llegar”.
Acudo a mis recuerdos (como decía la maravillosa Luz casal) como un bálsamo para mis pequeños tropiezos. Tengo la fortuna de olvidar lo malo, hasta tal punto, que todo lo que me ha sucedido en la vida, lo considero maravilloso, total, es mi vida, en mi mano está ver cómo la interpreto; si sé manejarla o no, eso ya será cuestión de paciencia y esmero.
Pero hay tanta gente a la que el recuerdo me lleva… A los que he querido tanto… y de los que tanto he aprendido.
Recuerdo a mis titas, las de Málaga, las historias de mi abuela, niñas educadas sin madre con un padre jardinero a la vez que tocaba el violín a poyado en la tripa con un conjunto de verdiales por los montes de Málaga. Una vez , me moría de risa, cuando mi abuela vio en la TV un concierto de música clásica y muy sorprendida apunta : “digo, ¿y esa gente, por qué se pone el violín en el pescuezo?” Nunca entendió que el peculiar era su padre que debía tener un arte portentoso para tocar el violín sujeto de esa extraña forma…pero mi abuela era un ser extraordinario. Hasta cuando le sobrevino la locura lo siguió siendo.
Y hoy, un día de esos que mejor olvidar, me han venido a la memoria todas las personas que he conocido y han luchado como leonas por vivir… ya ni siquiera por ser felices, por ser más o menos, por estar mejor o peor, no, simplemente por estar, por seguir estando en este maravilloso espacio que es la vida .
No tengo derecho a quejarme, no tengo ningún argumento para tirar la toalla; aún en este momento en que me siento impotente ante la adversidad, necesito pensar en ellos, en ellas, en todos y en cada uno de vosotros que, de algún modo me enseñáis cada día. Y quiero ser así : valiente y poderosa.
En la fuerza que emana de ese recuerdo está la mía y por ellos es que debo seguir con la alegría que dicen, me sobra.
7 comentarios:
Entre la música y tu talento escritor saldrás adelante y si te falla la sonrisa que nadie piense que la has perdido que sólo será que se ha tomado la licencia de descansar. También tiene derecho ella a vacaciones ¿no?
Raquel: haces que parezca tan fácil... y realmente lo es, ha vuelto!! Y cómo la echaba de menos...
No se le puede dar mucha tregua que luego pasa lo que pasa y hay mucho que hacer, mucho por qué luchar, mucho que sacar a delante, mucho que contar y que cantar... y no sé hacerlo sin alegría!!
Que se vaya lo feo, que nadie le invitó a quedarse!!
Buen relato, Rut, una especie de homenaje a los que nos dieron o nos siguen dando tanto, sin los cuales no seríamos quienes somos, y qué menos que muy de vez en cuando les demos la vida que pedieron desde nuestro recuerdo. Y sí que se vaya lo feo, perfecto, porque nadie le invitó a quedarse, y que siga viniendo lo hermoso, tierno y la buena gente.
Ángel, gracias!!
Es así, cuando has estado rodeada de gente maravillosa, no sólo se merecen que los recuerdes siempre, sino, que en un pequeño acto egoísta, les necesito (os necesito) para seguir adelante.
Esto de las oposiciones me empieza a pasar factura, ay!!
Un abrazo bonito!!
Mi querida amiga Rut, compañera de risas, palabras y silencios: las personas que nos acompañan en nuestro camino siempre están en el corazón. Y a veces necesitamos su calor, real, físico, o espiritual. No podemos olvidar que somos humanos y no siempre podemos estar felices y eufóricos. Además un cálido recuerdo siempre sabe igual que un abrazo, un beso, una palabra de ánimo.
Te quiero. Sigue siempre siendo igual, no cambies.
Marigel.
Marigel: también acudo a ti, qué creías? a la persona más positiva, alegre y vital que conozco. TEngo unas ganas de compartir un buen achuchón contigo... ya va quedando menos!!
Te quieroooooo
Yo también te quieroooooooooooooooo. Mi amiga del alma. ¿Te acuerdas de aquella pedazo de bolsa de chuches que nos metimos entre pecho y espalda una vez? Bueno, nos dejamos algunas... La oróxima, un pedazo de helado mmmm!
abrazos del alma.
Marigel.
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