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miércoles, 14 de abril de 2010

Musa

Hace tiempo empecé un texto teatral para adultos que dejé por ahí   colgado (ya sabéis que lo mío son los niños y los mayores, en el término medio… me pierdo).

La idea sigue dando vueltas en mi cabeza.

Y el principio de la historia es más o menos esta:

I

Había llegado a un punto en el que no se reconocía ni quería reconocerse; era más fácil seguir vagando sin preguntarse siquiera dónde iba. Sus pies tampoco le correspondían demasiado:  un paso torpe, algún traspiés de vez en cuando, algún salto a la pata coja…pero no conseguía realizar el “pas de bourrée” necesario para salir de su rutina. Definitivamente, estaba cansado, tan cansado que sólo quería dormir, cerrar los ojos, abandonarse al sueño, a un sueño que al menos le alejaba del jodido espacio de tiempo que le estaba tocando vivir.

Algunas veces se sentaba delante de la ventana,simplemente para ver a la gente pasar. Envidiaba que la gente tuviese dónde ir. Él se sumergía en sus lienzos pero de la paleta de colores sólo emergía el negro.Un ejercicio estúpido de subir y bajar que no conducía a ninguna parte. Los pinceles se amontonaban en los botes. los lienzos, de un blanco que hacía daño, le empujaban más y más a la desesperación de sentirse acabado.No podía crear: era incapaz de crear. Destruía con cada gesto, cada palabra mal sonante, cada desprecio hacia los que aún estaban a su lado, contestaba con ira, rabia y frustración y la gente terminó yéndose de su lado.

“Demasiados cambios, demasiada mala suerte” era lo único que su cansancio le permitía hacer: pensar en la mierda que le rodeaba. Y mientras se lamentaba, la vida seguía a su alrededor sin percatarse de su presencia, más que nada, porque a él, ésta tampoco le interesaba demasiado.

Se sentía apagado, febril, agotado, hundido, vacío, sin fuerzas… la vida se le escapaba día a día en un sumidero de asco y machaque íntimo sinsentido. Porque eran otros tiempos, sí, era la antesala de algo venidero, ni siquiera era el final… pero la impaciencia lo consumía en un ejercicio vago de autocompasión estúpida. No quería verlo, prefería la incoherencia de querer irse de este mundo sin hacerlo. Ya está. Era mejor así. “Soy un desastre, un fracaso, una pena…”. Y un gilipollas, (como decía Marta) y punto.

II

Ella ya no esperaba nada, no intentaba nada, no decía nada,  simplemente, estaba ahí (era la única que quedaba).  Presente cuando no tenía más remedio e intentando huir a cada rato. Porque estar con él se hacía francamente insoportable. Ya no sabía si era costumbre, vaguería de terminar y empezar de nuevo, o si aún algo de cariño o amor le quedaba. Le quiso, pero ya no estaba segura de eso. Lo que no iba a permitir es que le arrastrase con él al mundo subterráneo donde se había sumergido. No estaba lista para sitios oscuros, no necesitaba eso e irse con él era naufragar ambos en el mar de porquería que Marcos había construido a su alrededor. No comprendía cómo se había rendido tan pronto, con su alma, con su talento, con sus ganas de vivir…. pero ya no se lo preguntaba. Pacientemente esperaba a que todo diese un vuelco, a que las cosas cambiasen, a que en Marcos volviera a brillar esa luz que le transformaba en un ser maravilloso, en un alma loca, divertida, entrañable… ese que hacía mucho tiempo se había ido de la casa sin pretensión de volver, pero este último pensamiento era desechado por ella: nunca había sido optimista, pero esta vez, recogió los recuerdos de la vitalidad de Marcos, pensó en ellos y se los guardó, asegurándose de utilizarlos cuando más los necesitara, por él, sí, pero también por ella. Hubiera enloquecido si no hubiese sido por la memoria. Porque ya no tenía fuerzas para mucho más. Sólo le quedaba la esperanza de que el maldito teléfono al que Marcos vivía pegado, sonase y acabara todo de una vez. Cruzaba los dedos cuando aquél aparato rompía el silencio en el que se sumían cuando estaban uno frente al otro, al menos, eso hacía menos desagradable la escena.

Imaginaba cómo sería el momento en el que la llamada despertase de nuevo al hombre que conoció y que decidió seguir allá donde fuere. Por el que había cruzado medio mundo y del que no se imaginaba separada. Eso lo cambiaría todo; su rostro volvería a tener aquella magia, sus manos, tocarían el viejo piano ahora desafinado por la falta de uso, su voz, aquella voz limpia y clara, sonaría de nuevo para ella; todo volvería a ser como antes: sus colores, olores, aquellas imágenes que te transportaban al principio y al final de cada historia, él, el artista, sus pinceladas mágicas , que llenaban de luz cada estancia…

O no… “¿Y si no llaman? ¿y si de nuevo otro año más la frustración y la amargura? ¿y si se han olvidado? ¿y si , aunque llamen, es demasiado tarde?”…

Marta se dejó caer en el sofá abrazando un cojín.

Sólo podía pensar en una cosa: ¿tendría maletas suficientes?

3 comentarios:

wua dijo...

sigue......
un beso

Raquel dijo...

Es precioso pero tan triste. La desesperanza y la apatía me parecen mucho "peores" que la propia tristeza. Estar tristes es natural a veces pero esa falta de energía, de motivación... Espero que la obra tenga un final feliz que soy muy sensible:P

Rut dijo...

Wua... seguiré, pero no sé cuándo. Quería empezar y al menos, dejarlo empezado para cuando tenga tiempo. Gracias por el ánimo y la confianza!! Siempre ahí. muuuuák.

Raquel, me alegro que te guste. Esa sensibilidad es lo que te hace especial...
Tampoco puedo con la desesperanza, por eso quería escribir sobre ello. Siempre hay algo, por pequeño que sea que nos invita a seguir y Marcos lo tendrá. Aunque si yo fuese Marta, le hubiera dado la patada en el culo hace tiempo, por pesao. No se puede ser así, como Marcos, aburre hasta las ovejas. Aunque creo que le redimiré, ya veremos... según como se porte, jajaja, a veces los personajes andan solos... Besos.