“Silencio
No cantes
No la busques
simplemente…
siente”
Las teclas del piano desafinado se escuchaban en la habitación vacía, sin muebles, sin cortinas, sin ella…
Quería escribir la canción más bonita del mundo, pero esa ya estaba escrita. Necesitaba romper algo. Y se desahogaba golpeando con una furia infinita las teclas blancas de un marfil desgastado por el paso del tiempo. Las negras mantenían su color, las blancas, adornadas con manchas de un extraño dolor añejo, pulsaban duras, sin aire, sin aliento… Se esforzaba por que apareciera la sutil armonía que envuelve los sentidos cuando la música es pura, sin mancha, cuando nace inesperada del fondo del alma… A veces esa melodía se sueña, a veces, cimbrea nuestra cintura, a veces se imagina, a veces aparece en nuestros labios dejando entrever una sonrisa con sabor a néctar mágico… a veces nos encuentra, otras, la encontramos nosotros, pero siempre nos busca. El secreto está en tener los oídos bien abiertos para aceptarla, en un maravilloso encuentro donde se realiza el acto de amor más puro. Un encuentro donde el amor se siente, se toca, se ve… un encuentro donde creador y musa culminan su retozo en un orgasmo que va crescendo al son de armónicos, saltos, acordes, bemoles, sostenidos… para dejarte extasiado con ganas de volver a tener ese lunático encuentro.
Cerró los ojos. Buscó en los más profundos rincones de su existencia a ver si había algo. ¿Dónde estás? ¿Por qué hoy no vienes?
Respiró profundamente y simplemente … se dejó llevar.
En un acto instintivo, se levantó de la banqueta y abrió la ventana, dejando que olores y sabores inundaran su día. El sonido de una cafetera anunciando un estallido de marrones exquisitos estaba listo y el olor a pan recién horneado le recordó a las mañanas de sábado donde en la cocina de su madre, charlaban alegremente mientras degustaban un humilde pan calentito con aceite y planeaban el fin de semana. El recuerdo de su madre siempre le dibujaba una leve sonrisa, una sonrisa que apenas asomaba a la comisura de sus labios, pero que quedaba inmune a cualquier imprevisto durante un largo tiempo en su corazón. Y ahí estaba la inspiración que necesitaba.
La magia está en lo cotidiano -se dijo- y con el recuerdo de esas mañanas frías, cálidas, húmedas, con la nostalgia de cualquier mañana al lado de su madre, volvió a sentarse en el piano.
Acarició suavemente las teclas blancas ahora frías pero cercanas, y poco a poco fue explorando cada uno de esos pequeños rincones ocultos muy adentro por parecerle demasiado sencillos.
La música comenzó a llenar la habitación, las notas fluían a una velocidad inesperada, creciendo ágiles en cada movimiento de sus dedos, la alegría volvía a sus manos, y una armonía de colores infinitos decoraba cada espacio de la vacía estancia. Una débil melodía emergió sin darse cuenta de su boca y de pronto, se oyó a sí misma cantando pura poesía llegada de lo más precioso de sus recuerdos; todo se ordenaba, los amantes decididos rompieron el silencio y el amor a lo sutil, a lo sencillo ,a lo que realmente perdura reinó en la estancia y se hicieron uno solo en la inercia del deseo por crear.
Entonces …nació ella.
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