No hay destino, no hay un un quién ni un cómo
sólo un folio en blanco, un corazón
y palabras…
Llegué
Pero mi fortuna no sabía que me acunarías sobre la almohada de la ternura hecha beso, que mi pluma revolotearía loca entre la realidad y el deseo y que las musas, me mantendrían volada entre el sueño y el embeleso que provocaba el saberte cada día en el mismo lugar, en el mismo instante, a la misma hora.
Seguí
Y mis miradas se cruzaban traviesas con las tuyas sin atreverse a detenerse por allá demasiado tiempo. Y cuando un pequeño calor asomaba en mis senos y mejillas al saber tus ojos sobre los míos, enseguida lo disfrazaba de un ligero movimiento confuso y una sonrisa loca. Y atacándome un extraño pudor que me envolvía, regresaba a ser la poco cuerda que en momentos quería creer que era.
Inventé
Diferentes nombres para escaparme , incluso olvido, distancia, lejanía, incoherencia, estupidez… pero en un momento en que 360 estrellas surgieron en una noche tan oscura como fría, donde tu olor no recordaba y se disipaba con ellas, donde, creí que sería el momento preciso de matar tu esencia… aquello que pretendía ,se revolvió contra mí y lejos de aliarse conmigo, me llenó de más ausencia y más deseo en el momento de tu regreso.
Luché
Y conseguí mantenerme erguida ante la confusión, mi caos, mi perplejidad y mi duda, mi desaliento y mis tripas revueltas llenas de restos de todos los colores. Cuando los sentimientos se rompen, se hacen trozos y se quedan por todos los rincones de tu cuerpo hasta que uno es valiente o puede o quiere deshacerse de ellos. La carne se te agrieta y el alma se encoge y no la encuentras. Pero poco a poco tu ser se recompone. Escoges con mucho cuidado las piezas de tu pequeño rompecabezas y te rehaces de nuevo. Ahora con más cuidado y más tino, eligiendo con amor, con suavidad, muy lento para intentar no volver a equivocarte. Será que se consigue.
Volví.
Y me acurruqué entre las sábanas de la nostalgia. Allí quedé un rato, abrazada en mí misma, demostrándome afecto, queriéndome como en un acto de consuelo, hasta que una sonrisa dibujó mi rostro cansado. Un mechón de pelo oscuro cayó sobre mi cara y al respirar profundamente comprendí el olor que traía impreso: la felicidad efímera, la alegría que recordaría siempre, el tiempo que pasé imaginando cómo hubiese sido… una mano firme apartó ese mechón de pelo de mi cara y sentí tu aliento cerca del mío. Por fin tus ojos se clavaban en los míos y ya no había razón para sentir vergüenza ni apartarlos. No sé cuánto tiempo allí estuvimos, aguantándonos tan cerca sin decirnos nada. Sólo sé que mientras en ese infinito instante nos lo decíamos todo, tu mano suave y poderosa acariciaba cada rincón de mi alma y lo único que ansiábamos más que nada era estar así, frente a frente, diciéndonoslo todo sin decirnos nada.
Desperté
Y esperaba encontrarte, pero no era la casa, ni tú, ni el sitio, no había nada. En mis sueños todo parecía tan fácil… nada había cambiado. Y sin embargo todo cambiaba. Una grieta en la pared del cuarto me advertía de poner en orden todos mis cuadernos, los del alma y los otros. El viaje hacia la cordura se imponía de inmediato si no por los demás, más bien por uno mismo.
Escuché en el aire una sonora carcajada. Y volví a encontrarme con tu risa.
Y lo entendí todo: la risa era lo único real de nuestra historia.