Visitando el blog de Xoán González y sus nuevas entradas sobre la felicidad, he estado pensando en personas felices que conozco. Más allá de lo que para mi pueda ser o cómo pueda sentir la felicidad, hay una pequeña personita que me recuerda lo fácil que es sonreír y lo poco que realmente se necesita para serlo: mi vecino de arriba.
Mi vecinito del piso de arriba tiene 4 años. Es un niño normal, con sus ojitos, su boca, su pequeño cuerpecito… vamos, tiene todo lo que un niño de 4 años tiene que tener: es vital, alegre, juguetón, simpático, divertido…. Apenas nos hemos cruzado en el portal ; le conozco por lo que , a través del suelo de su casa (techo para mi) se cuela y sin querer (no o vayáis a pensar que son una vulgar cotilla) escucho sus voces, sus pasos, su risa, sus locuras, sus juegos… A través del techo de mi casa, se abre todo un mundo sonoro de posibilidades: ruedas de camión, triciclos, construcciones…juega, es normal que todo se oiga. Pero no me importa. Él es feliz y eso se contagia. Y se agradece.
Y el contagio empieza a las 7 de la mañana. Ruidos en el piso de arriba. Y las voces de “el niño feliz”.
Si estoy sumida en un dulce sueño, de esos que te atrapan y no quieres despertar, no le oigo; pero si he tenido mala noche, lo primero que suena es un pequeño “tititititi” , ese sonidito ridículo de algunos despertadores electrónicos y al instante una carrera de caballos a la voz de “buenos días por la mañanaaaaaaaaa, a levantarse tooooodoooooossss, que hay que trabajaaaaaar”. Es el niño feliz que se levanta contento, con una energía brutal, con una vitalidad impresionante, a despertar a sus padres porque ha amanecido un nuevo día. Y eso para él es la felicidad.
Lejos de enfurruñarme y acordarme de la madre que paseó al niño, cuando tengo la fortuna de escucharle, suelo esbozar una sonrisa y os aseguro, que lejos de querer retorcer el pescuezo al niño (ojo, figurado) porque me ha despertado, me dan ganas de subir y comérmelo a besos o simplemente abrazarle y decirle “gracias, gracias por recordarme lo fácil que es ser feliz” aún con los problemas, aún con la incertidumbre, aún con la vida cuando se pone cuesta arriba, sólo el hecho de abrir los ojos un nuevo día, ya es motivo de felicidad. Poder levantarte con un simple pensamiento “buenos días por la mañana, ¿qué novedades me traerá el día?”. Otra frase que le he oído y que me encanta es : “arriba dormilones, que tengo que ir al cole a aprender!!! “ . Es curioso, nunca le he oído llorar. Ni quejarse.
El caso es, que yo quiero ser como “el niño feliz”.
Quiero levantarme todos los días con la certeza de que algo mágico va a suceder, tengo la fortuna de poder sonreír y ver el mundo como yo quiera…¿qué más puedo pedir?
Creo que empezaré a probar el grito de guerra de “el niño feliz” , el grito con el que se resumen todos sus gritos:
“¡¡ Buenos días, vida !!”
3 comentarios:
Pues yo pienso que lo realmente maravilloso es esa visión que tienes tú del niño!! Creo que en ti está esa felicidad, porque cualquiera en tu lugar querría retorcerle el pescuezo (figuradamente ;p) al niño!!!
Me ha encantado ese niño!!! A ver si aunque no lo tengamos arriba nuestra... lo encontramos dentro!! ;)
Besicos =)
Pequeño desastre...bienvenida!!! Esa es la clave, sin duda, encontrarlo dentro de nosotros mismos y dejarle salir...
No es tan difícil darle la vuelta a la tortilla, simplemente hay que imaginar un poco, y lo que nos molesta, puede convertirse de repente en otra cosa... prueba!!
Un besote
Mi querida amiga. Qué bien que te contagies con la energía de ese niño feliz y nos la transmitas a todos con tu manera tan bonita de ver la vida. Mañana y todos los días cuando nos levantemos estaría bien que todos dijéramos lo mismo que tu vecinito feliz.
¡Vivan los niños!
Te quiero mucho.
Marigel.
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