La otra tarde, vi cómo revoloteaban cerca del cristal de la ventana abierta, con ese aletear alegre y nervioso que hace imposible adivinar la dirección de su vuelo. Un sí pero no...un quiero pero no quiero...un quizá...un "este es mi lugar"? Eran dos. Las dos intentaban lo mismo. Algo les empujaba tanto a salir como a entrar...se acercaron a decirse algo y entonces decidieron marcharse.
Y así ocurre cada vez que invito de manera invisible a entrar a mi casa a alguna. Llegan, revolotean, saludan, alguna se detiene unos minutos pero después...simplemente marchan. Deciden que no es buen sitio para quedarse.
No es que las necesite, tampoco es eso. Simplemente me gustan, adornan, alegran...su vuelo hace que sienta un escalofrío agradable y que en algunos momentos, mis pies se eleven del suelo y sueñen con ellas, junto a ellas, por el tiempo que dure su visita.
A fin de cuentas su vida en este mundo es muy corta. Pero es tan intenso el tiempo en el que aparecen...
Así que, mientras alguna despistada de repente se anime a asomarse más de la cuenta, me he agenciado unas artificiales, que adornan y además, son útiles, no sueltan polvo, no hay que darles de cenar, sabes que estarán ahí hasta que decidas quitarlas y nunca te van a llevar la contraria. Sí, es verdad, no producen escalofríos, no te hacen volar, ni soñar despierta...
Vaya mierda que he comprado.