El año pasado fue “El lavavajillas”.
No podía faltar un post este verano dedicado a otro electrodoméstico, aunque esta vez, no la haya liado yo.
Vivo en un barrio de Madrid en frente de “La Peineta”
¡¡Qué contentos nos vamos a poner si al final nos acaban concediendo las Olimpiadas!! Unos más y otros menos, pero justo desde aquí, desde la ventana de mi casa, asoma tímida entre los árboles del parque un pedacito de la soberbia corona del Estadio que yo no sé si se ha utilizado alguna vez, pero que ahí está, a escasos metros.
Un poco más allá, “Las Musas”; esas ninfas del agua que se dice nos aparecen a aquellos que decimos crear de vez en cuando. Yo no sé por qué se llama así, pero algún día me pararé a averiguarlo, ahora no toca; el caso es que el barrio lleva ese nombre, la estación de metro, también. La verdad es que es bonito, ¿no?. Bien, pues a “Las Musas” tenemos que ir para situar nuestro relato de hoy.
A “Las Musas” voy andando a comprar a un establecimiento de esos de marcas blancas apañaditos; no es donde más compra hago sino del que cojo la típica bolsa que llevo sin problemas dándome un paseo majo, me da el aire, veo a gente de barrio (de esa que me gusta a mi) me encuentro de vez en cuando a algún colega, echo un vistacillo a varias tiendas… es que aquí “arriba” es todo como más residencial, menos mío.
Justo cuando salgo del comercio, hay un colegio. Una calle estrecha acompaña su valla; a la derecha de la misma, las terrazas del edificio casi te tocan los hombros, porque los bajos están a ras del suelo y esta callecita termina en una especie de aparcamiento pequeño (como una calle sin salida) vecinal . Es muy cortita, apenas 15 metros. Por ahí paso yo cuando vuelvo del comercio, y el otro día, pasó algo curioso. Veréis:
Antes de llegar a cruzar por la calle estrecha que termina en esta especie de aparcamiento, veo a lo lejos un enorme señor puesto en jarras de espaldas. La situación era esta: unos cincuenta, semi perfil, camiseta ajustada color arena del desierto sudada dejando entrever media barriga al aire y peluda, pantalón de camuflaje por debajo de una especie de calzoncillo (digo yo, blanco) por donde, además, asomaba (ya sabréis, ya) la hucha; media rodilla flexionada, unas alpargatas negras con el talón remetido para dentro…. y de repente, mano a la boca… y se saca un palillo!!!
Me paro en seco. ¿Qué hace ese hombre en mitad de la calle estrecha? Me pica la curiosidad, claro. Pero no por el personaje, sino porque al mirar sus alpargatas… observo… una manguera de cable blanco que va desde sus pies hasta…. el tercer piso!!! tengo que verlo, esto tengo que verlo, así que con cuidado, y como una vulgar cotilla, me acerco unos pasos y me camuflo detrás de una de las terrazas de los bajos. ¡¡ Tengo el sitio perfecto para vigilar!!
Y desde ahí lo veo todo. Y ya para qué quiero más. La manguera blanca desemboca… en una plancha!!!! Que sobre una mesita de camping de esas plegables el buen hombre utiliza para planchar unos paños de ganchillo, unas fundas de cojín , lo que parecen las fundas de asiento…. viva el barrio!!!
Un taxi abierto de par en par. Alfombrillas por el suelo. Un cubo de fregar con sus útiles de lavado, una aspiradora!! Y el “radio-olé” a medio volumen y un “naino, naino, naino…” que sale de su boca… yo no puedo dejar de verlo!! Es fantástico. Se saca el palillo, se emociona con la canción (si me pilla, no tengo pies para correr…) y mira hacia arriba entornando los ojos y mueve la cabeza de un lado a otro, como muy ladino, y se agarra el pecho con sentimiento, pero del “naino, naino, naino…” no pasa, eso sí, unas veces, con más fuerza que otras, como muy sentido, casi con desgarro y quejío…me encanta el movimiento de la plancha, su arte pim, pam, pum… le mete unos golpazos a la pobre mesa de camping!! La escena es mágica!! Lo que darían muchos guionistas por contemplar lo que yo veo! por maginar si quiera que algo así sea cierto! Porque siempre la realidad supera la ficción, siempre.
Cuando ya estoy dispuesta a irme , pensando que no puede pasar nada más y que esto es digno de cualquier comedia, oigo…. “Manoooooloooooooooo…” me asomo un poco, y veo a una mujer y lo que parece algo rojo desde el tercero. Dice Manolo: “espera mujer”. Muy aprisa, pero con mimo, recoge la plancha, los pañitos, limpia un poco la mesa, y se coloca en jarras primero, con los brazos extendidos, después, el mismo palillo en la boca, como esperando algo que “mujer” le va a lanzar desde el tercero (como es de imaginar, yo sigo escondida).
Y allá va!! Veo que algo rojo desciende desde el tercero y como estoy en un sitio poco visible para ver el otro lado , solo oigo algún golpe que otro y a Manolo decir, “cuidao,cuidao, cuidaaaaaooo” con lo que , hasta que no está la cosa en el suelo, mejor, hasta que no lo pone al lado de la mesita, que es lo que veo mejor, no puedo verlo del todo. Y ahí está. Rígida, blanca y roja, como las de antaño. Sujeta por una cuerda de tender pero bien atada… una ¡¡bolsa nevera!! Claro, solo faltaba ella. Y ya, Manolo me remata, le adoro!!
Así que Manolo, saca del maletero del coche una sillita plegable, de esas de rafia, sin respaldo, que se terminaban rompiendo, lo que no sé, es cómo no la ha roto ya. Se sienta. Abre la bolsa nevera. Y con mucha tranquilidad, coloca un mantelito, una servilleta de cuadros, saca una latita de aceitunas, que sirve en un plato deshechable, un plato ya preparado con embutido y lo que parece tortilla y una botella con vino y casera o tinto de verano o algo así, con su vaso correspondiente… yo ya no puedo más. Me va a ver alguien ahí metida y la “Vieja el visillo “ va a pasar a la historia a mi lado.
Decido que ya es hora de salir de ahí y marchar para casa. Eso sí, como tengo que pasar al lado de Manolo, algo tengo que decirle, faltaría,más, así que según paso a su vera, hago como que me pesa la bolsa, me paro y le digo… “que aproveche”, y Manolo con mucha educación, se limpia la boca, se levanta y me dice, “¡Eeeeea!”
¡¡ Menudo arte!!