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sábado, 3 de julio de 2010

Peces de ciudad, letra: Joaquín sabina. Canta: Ana Belén

Hoy me he levantado cantando esta canción.

Recuerdo que salió en el verano de 2001. Yo andaba de “bolos” con el cuarteto “Atlántida” (Santi, andas por ahí?) y Santi (The BOss) la solía poner en los descansos; claro que, lo hacía para nuestro deleite y descanso auditivo de la pachanga varia, que no es por desmerecerla, pero cuatro horas a lo Riki Martin, cansa, palabra . Normalmente no gustaba y siempre alguno del pueblo venía y decía “macho, que nos dormimos”, pero mientras Santi subía al escenario, la bajaba, cambiaba o hacía lo que tenía que hacer… podía canturrearla bajito y llenó muchos días de ese verano.

No es un secreto que Joaquín Sabina es uno de mis poetas preferidos (que no cantante, ay!!) pero en la voz de Ana Belén se transforma en algo mágico.

Os dejo la letra y os invito a cantarla conmigo, así, poquito a poco, dejando que las palabras fluyan con la melodía y vayan construyendo un momento único.

Y os lanzo un desafío : ¿os atrevéis a interpretarla?

Se llamaba Alain Delon
El viajero que quiso enseñarme a besar
En la Gare d´Austerlitz.
Primavera de un amor,
Amarillo y fugaz como el sol
Del veranillo de San Martín.

Hay quien dice que fui yo
La primera en olvidar,
Cuando en un si bemol de Jacques Brel
Me perdí "dans le port d´Amsterdam."

En la fatua Nueva York
Da más sombra que los limoneros
La estatua de la Libertad.
Pero en Desolation Row,
Las sirenas de los petroleros,
No dejan reír ni volar.

Y en el coro de Babel,
Desafina un español.
No hay más ley que la ley del tesoro
En las minas del rey Salomón.

Desafiando el oleaje
Sin timón ni timonel,
Por mis sueños va ligero de equipaje
Sobre un cascarón de nuez
Mi corazón de viaje,
Luciendo los tatuajes
De un pasado bucanero
De un velero al abordaje,
De un no te quiero querer.

Y cómo huir
Cuando no quedan islas para naufragar
Al país donde los sabios
Se retiran del agravio
De buscar labios
Que sacan de quicio.
Mentiras que ganan juicios tan sumarios
Que envilecen el cristal de los acuarios
De los peces de ciudad,
Que perdieron las agallas
En un banco de morralla.
Que nadan por no llorar.

El Dorado era un champú,
La virtud unos brazos en cruz,
El pecado una página web.
En Macondo comprendí
Que al lugar donde has sido feliz
No debieras tratar de volver.
Cuando en vuelo regular,
Surqué el cielo de Madrid,
Me esperaban dos pies en el suelo
Que no se acordaban de mí.

Desafiando el oleaje
Sin timón ni timonel
Por mis sueños va ligero de equipaje
Sobre un cascarón de nuez
Mi corazón de viaje,
Luciendo los tatuajes
De un pasado bucanero
De un velero al abordaje,
De un no te quiero querer.

Y cómo huir
Cuando no quedan islas para naufragar
Al país donde los sabios
Se retiran del agravio
De buscar labios
Que sacan de quicio.
Mentiras que ganan juicios tan sumarios
Que envilecen el cristal de los acuarios
De los peces de ciudad,
Que perdieron las agallas
En un banco de morralla.
En una playa sin mar

viernes, 2 de julio de 2010

Lluvia



Tengo morriña y un poco de nostalgia, es lo que me ocurre cuando llueve; pero se agradece el agua y esta sensación de querer dejarme acurrucar y sumirme a ella, me hace pensar en palabras que me cantaron…



Como este poema de F. García Lorca que esta tarde sueño y que aquí os desvelo.



La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
algo de somnolencia resignada y amable,
una música humilde se despierta con ella
que hace vibrar el alma dormida del paisaje.



Es un besar azul que recibe la Tierra,
el mito primitivo que vuelve a realizarse.
El contacto ya frío de cielo y tierra viejos
con una mansedumbre de atardecer constante.



Es la aurora del fruto. La que nos trae las flores
y nos unge de espíritu santo de los mares.
La que derrama vida sobre las sementeras
y en el alma tristeza de lo que no se sabe.



La nostalgia terrible de una vida perdida,
el fatal sentimiento de haber nacido tarde,
o la ilusión inquieta de un mañana imposible
con la inquietud cercana del color de la carne.



El amor se despierta en el gris de su ritmo,
nuestro cielo interior tiene un triunfo de sangre,
pero nuestro optimismo se convierte en tristeza
al contemplar las gotas muertas en los cristales.



Y son las gotas: ojos de infinito que miran
al infinito blanco que les sirvió de madre.


Cada gota de lluvia tiembla en el cristal turbio
y le dejan divinas heridas de diamante. Son poetas del agua que han visto y que meditan
lo que la muchedumbre de los ríos no sabe.



¡Oh lluvia silenciosa, sin tormentas ni vientos,
lluvia mansa y serena de esquila y luz suave,
lluvia buena y pacifica que eres la verdadera,
la que llorosa y triste sobre las cosas caes!



¡Oh lluvia franciscana que llevas a tus gotas
almas de fuentes claras y humildes manantiales!
Cuando sobre los campos desciendes lentamente
las rosas de mi pecho con tus sonidos abres.



El canto primitivo que dices al silencio
y la historia sonora que cuentas al ramaje
los comenta llorando mi corazón desierto
en un negro y profundo pentagrama sin clave.



Mi alma tiene tristeza de la lluvia serena,
tristeza resignada de cosa irrealizable,
tengo en el horizonte un lucero encendido
y el corazón me impide que corra a contemplarte.



¡Oh lluvia silenciosa que los árboles aman
y eres sobre el piano dulzura emocionante;
das al alma las mismas nieblas y resonancias
que pones en el alma dormida del paisaje!